Según la Declaración de Perugia sobre los principios deontológicos de los Abogados de la Comunidad Europea del 16 de septiembre de 1977, “un abogado desinteresado es tan necesario para la confianza en la justicia como un juez imparcial…”. Según Juana Inés Hael, el término abogado, en la actualidad, se refiere a un sujeto doctorado o licenciado en Derecho, quien ejerce su profesión direccionando y defendiendo a las partes de toda clase de procesos, así como asesorando o dando consejo jurídico.
Como ser humano, Hael dice que el abogado debe defender derechos fundamentales, todos ellos encabezados por la libertad. Como técnico debe intentar lograr la eficiencia, sin dejar nunca de lado la rectitud. Como ciudadano, finalmente, debe procurar el civismo. Según esta autora, el abogado debe tener tres características básicas, sin excepción: vocación, aptitud y dedicación.
Esta autora, para demostrar la importancia que tienen los abogados a nivel nación y soberanía de las mismas, cita al jurista Horacio Linch, quien expresa que prácticamente más del 50% de la cantidad de años que un país occidental promedio tiene como Historia Institucional, sus presidentes fueron abogados. Es esta la razón por la que lo abogados y todo el sistema legal de un país, a nivel funcionarios, tienen la responsabilidad de la conducción del mismo. No es de sorprender entonces, que las reglas éticas a las que debe atenerse un abogado, son reglas de estricta conducta y moral, las cuales deben ser respetadas en gran medida.
Si no se da esto así, y si la relación y el vínculo que tiene el abogado con el poder, se ve viciada de alguna manera, la sociedad toda sufre las consecuencias de ello, generando una tensión de fuerzas difícil de controlar. El rol institucional del abogado, explica Hael, con respecto a la comunidad toda, es mucho más fuerte y de mucha más responsabilidad que la de cualquier otro profesional. Entonces, no es de sorprender, que su desempeño y sus responsabilidades a nivel personal e íntimo, deban ser juzgados y cuestionados, trascendiendo lo personal y casi convirtiéndose en cosa pública.
Como ser humano, Hael dice que el abogado debe defender derechos fundamentales, todos ellos encabezados por la libertad. Como técnico debe intentar lograr la eficiencia, sin dejar nunca de lado la rectitud. Como ciudadano, finalmente, debe procurar el civismo. Según esta autora, el abogado debe tener tres características básicas, sin excepción: vocación, aptitud y dedicación.
Esta autora, para demostrar la importancia que tienen los abogados a nivel nación y soberanía de las mismas, cita al jurista Horacio Linch, quien expresa que prácticamente más del 50% de la cantidad de años que un país occidental promedio tiene como Historia Institucional, sus presidentes fueron abogados. Es esta la razón por la que lo abogados y todo el sistema legal de un país, a nivel funcionarios, tienen la responsabilidad de la conducción del mismo. No es de sorprender entonces, que las reglas éticas a las que debe atenerse un abogado, son reglas de estricta conducta y moral, las cuales deben ser respetadas en gran medida.
Si no se da esto así, y si la relación y el vínculo que tiene el abogado con el poder, se ve viciada de alguna manera, la sociedad toda sufre las consecuencias de ello, generando una tensión de fuerzas difícil de controlar. El rol institucional del abogado, explica Hael, con respecto a la comunidad toda, es mucho más fuerte y de mucha más responsabilidad que la de cualquier otro profesional. Entonces, no es de sorprender, que su desempeño y sus responsabilidades a nivel personal e íntimo, deban ser juzgados y cuestionados, trascendiendo lo personal y casi convirtiéndose en cosa pública.